Allá a principios de año, cuando todo son esperanzas, creencias y proposiciones, nos escapamos en coche a Castelldefels. Hacía frío, lo recuerdo perfectamente. Aparcamos no lejos de la playa y anduvimos por un paseo de madera hasta el límite mismo de la arena.
Toda la inmensidad negra del mar se abrió ante nosotros. Oíamos las olas morir cerca de nosotros. Toda la inmensidad negra del cielo estaba abrazada al mar, y, como de casualidad, en una esquina de aquella inmensidad nuestra, la luna apareció roja por unos instantes. Una media luna roja.
Una media luna breve...
Roja.
Nuestra.
Un recuerdo para toda la vida. Por breve. Por extraordinario.